domingo, 9 de diciembre de 2012

La alfombra verde

Con las lluvias y la humedad ambiental, los musgos y líquenes se desperezan de su letargo veraniego.
EL MUSGO. Una mullida alfombra recubre las superficies de las rocas y los troncos, como un grueso edredón que quisiera abrigar las criaturas más desprotegidas del bosque.
Se trata de un cambio casi mágico, las ralas, ásperas y secas fibras que como harapos descoloridos soportaron los rigores veraniegos, se transforman en momentos, por efecto de la humedad, en un tejido grueso, esponjoso y suave al tacto.
Esta extraordinaria planta es la única capaz de soportar la desecación, la marchitez extrema y volver de nuevo a la vida como el ave Fénix.
Más que plantas son rudimentos de ellas, ni siquiera los botánicos se atreven a nombrar con raíz, tallo y hojas a sus partes, sino que prefieren utilizar deformaciones de dichos términos: rizoides, cauloides, filoides... La diferenciación celular en tejidos es muy limitada, no tienen verdaderos vasos conductores con lo que el transporte de sustancias se hace prácticamente "boca a boca", razón por la que no puedan desarrollar grandes tamaños.
Los musgos son muy frecuentes cerca de los cursos de agua y cascadas; en las surgencias kársticas son cubiertos progresivamente por el carbonato cálcico que precipita sobre ellos, transormándose en roca y dando lugar a las tobas o travertinos.
 Tras los líquienes, los primeros pioneros en la colonización de nuevas superficies, los musgos son los siguientes en tomar el relevo, como en esta piedra de molino de Valdelashuertas (Córdoba)

Parecidas a los musgos y también dentro del grupo de las Briofitas, son las hepáticas, que a manera de láminas cubren las superficies más húmedas y umbrías de nuestros bosques.

jueves, 25 de octubre de 2012

El otoño es de izquierdas

Podrán muchos objetar, y con razón, que la naturaleza no entiende de política, que, tal como se dice de su Hacedor, saca el sol y hace llover sobre ricos y pobres, libres y esclavos. Sin embargo, hay un color bastante común en nuestro otoño, o al menos en sus frutos, y este es el rojo. De ahí que podamos decir sin demasiado temor a errar que el otoño es rojo.
En efecto, muchos arbustos del bosque mediterráneo que han guardado, escondido con mimo, sus frutos a lo largo de buena parte de la primavera y del verano en el críptico tono verde de sus mismas hojas, para preservarlos de la codicia de depredadores impacientes, los cubren ahora de llamativos tonos rojizos con toda la intención de advertir a los mismos de que el banquete está servido, de que las semillas han madurado y se encuentran dispuestas a ser diseminadas allá donde tengan a bien hacer sus necesidades.
Entre ellos se encuentra el rosal silvestre (Rosa sp), o los rosales, porque son varias las especies presentes y muy difícil de distinguirlas. Sus frutos, los llamados "tapaculos" por su elevado carácter astringente, van a poner un toque de color en los bosques galería, que poco a poco van despojándose de sus hojas.


Muy parecidos a los mismos, algo más pequeños, y claramente diferenciables en cuanto nos fijamos en las hojas, son los frutos del majuelo, espino albar o "tilo" (Crataegus monogyna L.). Como los anteriores, son ricos en vitamina C y si alguien se los lleva a la boca notará que tienen un único "hueso" y no la multitud de peludas semillas del rosal. Peludas e irritantes, hasta el punto de haber sido usadas como polvos "pica pica" cuando estos, aún no habían sido producidos industrialmente ni popularizados por los indescriptibles Hombres G.

Siguiendo con el rojo otoñal nos encontramos a las sabrosas zarzamoras cuya planta, la zarza, puede confundirse con el rosal silvestre pues comparte con él parecido medio en las márgenes de arroyos, y sus hojas son también muy semejantes. Ambas plantas son inconfundibles por sus frutos. Las zarzamoras son unos estupendos semáforos para los glotones comensales del otoño, como los mirlos o los que, independientemente de nuestra orientación sexual, no hemos desarrollado pluma, cambiando primero del verde al rojo y por último al negro para advertirnos de que han alcanzado el grado óptimo de madurez.
Los ingleses tienen multitud de frutillos de este tipo con los que hacen sus compotas, puddings y demás, y que tienen el común denominador de .......berrys. Estas zarzamoras son nuestra única berry. Podríamos llamarlas con acierto las zarzaberrys.

Dejamos para el final, pues nos vamos alargando en demasía, a los dos representantes del género Pistacia, la cornicabra (Pistacia terebinthus L.)  y el lentisco (P. lentiscus L.) Ambos son arbustos de hojas y frutos muy aromáticos, dando olor como a resina; la cornicabra de hábitos más umbríos y húmedos que el lentisco, razón por la que es más rara de encontrar en las áreas menos lluviosas y de solana donde el lentisco puede llegar a formar verdaderas masas. Por otro lado, la cornicabra tiene las hojas imparipinnadas y caducas, al contrario de las más pequeñas y perennes del lentisco.
Hojas y frutos de cornicabra

Hojas y frutos de lentisco





sábado, 20 de octubre de 2012

Las primeras lluvias

Con las primeras lluvias de otoño el bosque mediterráneo se despierta del largo sopor del verano. Estas aguas son un verdadero bautismo que saca al monte del coma inducido por la prolongada sequía a un precario despertar que durará lo que tarden en llegar las primeras heladas. No son muchas las plantas que se atreven a florecer en este interludio, la mayoría, pequeñas plantas bulbosas entre las que predomina el color rosado o lila, que florecen pocos días después de las primeras lluvias, a finales de septiembre o principios de octubre, sobre suelos pobres y poco profundos.


El azafrán silvestre o crocus (Crocus salzmannii J. Gay)
 El nombre común de azafrán silvestre no hace buena publicidad a esta planta, a pesar de su parecido con la variedad culinaria (Crocus sativus L.), pues se trata de una planta muy tóxica.


La merendera (Merendera filifolia Camb.) puede confundirse con el anterior, si bien sus pétalos son más estrechos y alargados y parecen brotar directamente del suelo. Los estambres son amarillos y no tienen el intenso color naranja ("azafrán") de la anterior.







 Sobre suelos pizarrosos poco profundos es frecuente encontrar verdaderas alfrobras de estas flores.


El jacinto de otoño o Scilla autumnalis L. hace referencia a la estación que la hace florecer tanto en su nombre vulgar como científico.



Otra planta cuyo nombre va de la mano del otoño es el Leucojun autumnale L., una plantita extremadamente delicada tal como recoge el nombre común de candilitos o lágrima de la Virgen.

Se trata de otra planta que suele aparecer en gran número pero por su tamaño pasa mucho más desapercibida que las anteriores, salvo cuando a plena luz resplandece su reflejo.