Con las lluvias y la humedad ambiental, los musgos y líquenes se desperezan de su letargo veraniego.
EL MUSGO. Una mullida alfombra recubre las superficies de las rocas y los troncos, como un grueso edredón que quisiera abrigar las criaturas más desprotegidas del bosque.
Se trata de un cambio casi mágico, las ralas, ásperas y secas fibras que como harapos descoloridos soportaron los rigores veraniegos, se transforman en momentos, por efecto de la humedad, en un tejido grueso, esponjoso y suave al tacto.
Esta extraordinaria planta es la única capaz de soportar la desecación, la marchitez extrema y volver de nuevo a la vida como el ave Fénix.
Más que plantas son rudimentos de ellas, ni siquiera los botánicos se atreven a nombrar con raíz, tallo y hojas a sus partes, sino que prefieren utilizar deformaciones de dichos términos: rizoides, cauloides, filoides... La diferenciación celular en tejidos es muy limitada, no tienen verdaderos vasos conductores con lo que el transporte de sustancias se hace prácticamente "boca a boca", razón por la que no puedan desarrollar grandes tamaños.
Los musgos son muy frecuentes cerca de los cursos de agua y cascadas; en las surgencias kársticas son cubiertos progresivamente por el carbonato cálcico que precipita sobre ellos, transormándose en roca y dando lugar a las tobas o travertinos.
Tras los líquienes, los primeros pioneros en la colonización de nuevas superficies, los musgos son los siguientes en tomar el relevo, como en esta piedra de molino de Valdelashuertas (Córdoba)
Parecidas a los musgos y también dentro del grupo de las Briofitas, son las hepáticas, que a manera de láminas cubren las superficies más húmedas y umbrías de nuestros bosques.